-Pero hijos, me da mucha pena ver que nuestras tradiciones se están perdiendo, hay que tener cuidado. Es muy triste ver que los niños del pueblo están pidiendo para su ‘Halloween’ en lugar de su calaverita. Hay que rescatar las tradiciones de la calaverita, esa es una verdadera tradición católica. El Halloween es gringo, no es nuestro. A la salida en su periódico parroquial “El mensajero” hay un artículo muy interesante con 7 razones para rechazar el Halloween que es una tradición pagana; recordemos que los paganos no son católicos.-
Mientras te diriges camino a la salida de la iglesia, piensas como es que junto a los ‘Apóstoles de la vela perpetua’ que venden ‘El mensajero’, es posible que esté también una hoguera para quemar a los paganos, que hay que recordar no son católicos. – No somos católicos- te incluyes, pero eso dentro de un templo es herejía así que te apresuras a salir, para no caer en tentaciones y pensarlo a gusto, mientras bebes el rompope de las monjas que es lo único que te lleva a misa de lugares tan alejados como un pueblo por hidalgo.
¿Y si las tradiciones se pierden qué?-te preguntas con desgana – ¿A poco el padre sabe en que consisten las tradiciones mexicanas de a de veras? ¿En serio el Halloween y la calaverita son tan diferentes? – te respondes que no, mientras sigues caminando hacia la barbacoa al final de la plaza y te detienes a comprar un litro de pulque para complementar el desayuno. -Pinche iglesia católica y sus chaqueteos mentales, les gusta confundir, pero lo hacen para dominar.- Piensas que eso, es el ejercicio del poder en su máxima expresión y no Calderón extinguiendo Luz y Fuerza.-
¿Quién le dijo al padre que la tradición mexicana está en pedir, cuando en un día sagrado como hoy, la idea es ofrendar? Recordar a nuestros muertos, tenerlos presentes -suspiras por los tuyos- hoy es el día en que te permites extrañarlos y sentirlos cerca. Hoy, es el día en que se cruzan las barreras de todos los mundos y planos cuánticos, cuando la energía, sea cual sea su ecuación, se desprende desde la tierra misma, cuando el tiempo sagrado renueva los ciclos y las personas que ya no están contigo vuelven para besarte la frente como cuando eras niña.
Sientes los labios de tu abuelo y la caricia de su mano en tu pelo. De pronto eres de nuevo una niña vestida de princesa o de mujer maravilla, es lo de menos, cada año era lo mismo. Te compraban un vestido o un disfraz que usarías en la ‘noche de brujas,’ pero antes de usarlo ayudarías a poner la ofrenda. Desde muy temprano el olor a mole y pollo era notorio, los condimentos fuertes del arroz cuando se sofríen elevaban sus aromas por afuera incluso de la casa, todos esos olores se mezclaban con el copal que se quemaba desde la madrugada. Todo el día, las mujeres de la familia, se dedicaban a complacer los caprichos de los invitados a la ofrenda, tú sabías que la comida no sería servida hasta el día siguiente, -hoy los muertos comen primero- te decían tus tías y tú lo acatabas como la realidad más absoluta.
Danzabas de un lado a otro, con la inmunidad que te daba ser la única niña de la familia, o al menos la única interesada en ayudar en la cocina y no salir a jugar con los demás primos. Llevabas papas, flores, papeles, calaveras de azúcar, botellas, siempre y cuando su peso te permitiera transportarlas. A veces batías los huevos para el merengue y de vez en cuando te robabas probaditas con el dedo del pulque que se usaba para levantar las claras, claro hasta que tu abuelo te sorprendía. – ¡Cabrona muchacha, así no! Uno no mete los dedos a la comida.- Entonces agarraba un Mundet rojo y te lo daba en un vaso previo pulque servido. – Así, como la gente- te apurabas a tomarlo y después, de manera invariable metías el dedo a la azúcar glass cuando nadie te pusiera atención.
Para medio día la ofrenda estaba puesta. El papel picado con motivos calaveriles era el mantel que se ponía en la mesa, que era movida al centro de la sala, para tenerla justo a la entrada y a la vista. El espectáculo era hermoso y sumamente colorido. Botellas de vino, cigarros, copas, fotografías, calaveras de azúcar con los nombres de la familia vivos y muertos. Dominós y barajas, todo adornado con el colorido de las flores y texturas. Para la tarde todo el aroma a comida se diluía poco a poco en el de incienso, crisantemos y cempasúchil. Al caer la oscuridad las veladoras eran encendidas y la sala se llenaba de un extraño calor que te hacia dormir en el sillón, hasta que te despertaban para que fueran a cambiarte con tu disfraz nuevo.
De pronto, te sientes en el calor de la hoguera, aunque el viento es frío, el humo de la cecina a tu lado, el olor tan inconfundible de la carne, te hace pensar que tal vez pudiste ser tú la que se quemara en otros tiempos, en troncos muy parecidos. Te lamentas no haber comprado el mensajero para comprender esas 7 razones indispensables para rechazar el Halloween y pedir calaverita, unirte al rebaño y tomar la cicuta de la conformidad. Pero ya es tarde, lo sabes. ¿Para qué pensar en lo que pudo ser?
Esta noche al llegar a tu casa, prenderás cuatro velas blancas sobre un altar que tendrá una representación de cada elemento. Al centro estará una calabaza que secarás cuidadosamente y guardarás hasta el próximo año para colocarla junto a la nueva, en señal de vida, muerte y renovación. Probablemente rezaras un rosario, aunque sea por el puro recuerdo de los ritos familiares de tu infancia; al pasar cada una de las cuentas, sentirás las manos de tu tía abuela explicándote como debe usarse. Pondrás, pan, coca-cola, agua y cartas sobre la mesa. Encenderás un puro y jugarás un solitario, mientras recuerdas a tu abuelo dándote las instrucciones para aprender a jugarlo con un estilo muy diferente al que hoy se usa gracias a las computadoras – sí, las tradiciones se pierden- te llega a la mente de repente.
Te tomarás un whisky y dejarás un caballito de tequila a la cabecera de la mesa. Pondrás una calavera de azúcar en el altar, por cada alma que esa noche te acompaña y humearás el copal y la mirra, para hacer más agradable su estadía a tu lado. Hacia la media noche y con una luna llena hermosa sobre lo alto, derramarás algún vino sobre la entrada de tu casa, y arrojaras puños de sal a las esquinas donde ya estaba el cempasúchil. Cuando algún niño, toque a tu puerta, saldrás en tu vestido y sombrero de pico negros, a ofrecerles un dulce para su Halloween, o su calaverita, el término es lo más irrelevante, lo importante es lograr esa sonrisa franca y sincera que sólo los niños saben ofrendar a cambio. Esta noche es un momento para ofrecer, para recordar e irónicamente, para revivir lo más humano en ti misma.
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