07/03/09

Una reflexión sobre la muerte

La muerte no te duele hasta que te familiarizas con ella. Cuando te rodea desde etapas tempranas, puede que te acostumbres a su presencia, pero la indiferencia, esa que por lo regular te permite evitar las emociones, no llega jamás.
La muerte duele más cuando te vuelves empática con ella, con el dolor del muerto por dejar lo conocido y adentrarse – en el mejor de los casos- a cualquier otro momentum incierto, pero también al volverte empático con aquellos a quienes la reciente no existencia de ese ser, conmociona. La muerte compartida, es muy dolorosa.
Duele a razón de no sé qué glándula o emoción en nuestros hipotálamos, pero lo hace. Quizá por que la conciencia de que todos, absolutamente todos, pasaremos por ella tarde o temprano, llega con cada episodio como un recordatorio non grato.
En este sentido de universalidad de la muerte, no me refiero sólo al hecho de estar muerto. Eso, para el caso, resulta en el instante más cómodo de la situación. Morir, porque hay que hacerlo, por que desde que aspiramos nuestro primer aliento, y tenemos esa ánima, comenzamos a oxidarnos en la paradoja certera de la vida. Con cada respiro vital, nos oxidamos más, envejecemos y por lo tanto morimos. No, morir no es lo complicado, ¿cómo podría? si es lo que hacemos en cada momento y de forma automática.
Lo difícil, -y a eso me refiero- es la pérdida que todos viviremos cuando nuestras personas queridas, cesan en su compañía y de pronto nos enfrentamos -como si no fuera cosa de todos los días-, con una soledad renovada que nos recuerda que, en este mundo, sólo estás tú y lo demás, es transitorio… Este hecho, encubre a la otra paradoja: sí, todo es transitorio en nuestras vidas, pero todo eso, seguiría inmutable por nuestra ausencia.
Nuestra vida, aquella que cuidamos, valoramos y protegemos como única, factor indispensable y por sobretodo maravillosa para el que vive, podría dejar de ser y eso no afectaría en nada el comportamiento de las cosas en la macroesfera. El universo, se seguirá expandiendo, ¿cómo podemos pensar que la muerte alteraría ese principio?
El universo se expande y nosotros morimos.
Morimos cada día y en cada respiro. Y la muerte entre más cercana, entre más constante, con mayores recordatorios, nos hace desistir de la indiferencia para abrazarnos al dolor de la empatía. Aunque ésta, sea momentánea y el instante superfluo. Aunque su aparición –la de la muerte- sea transitoria una vez más en nuestras vidas.
Vivimos la muerte porque no hay otra manera de sentirla y abrazarla en todo su esplendor, porque no hay otra manera de sentirnos tan humanos, tan frágiles, tan transitorios; porque sólo así nos sentimos vivos.
La adolecemos, porque somos humanos y como tales, es imposible escapar de su compañía. Nos acostumbraremos a ella, a sentirla cerca, pero serle indiferente, esa falta emotiva, por desgracia y para fortuna no llega nunca…
PD: Requiescat In Pace a todos aquellos que han muerto y han sido aplaudidos en su funeral.

No hay comentarios.: