06/10/09

Crónica de una muerte anunciada...

Me está temblando el párpado del ojo, pero no tengo la menor intención de tomarme el complejo B con tiamina para restablecer mis desgarrados nervios. Me siento profunda y absolutamente culpable.

Mi razón, me da argumentos lógicos y hasta válidos para convencerme sobre lo acertado de mi decisión. Mis emociones, por el contrario, no me permiten conseguir la paz, mucho menos la resignación. Estoy en falta. Algo invariable e irremediablemente se encuentra ausente a pesar de su discreción.

Yo misma, de encontrarme en su estado, hubiese suplicado la eutanasia; pero ciertamente yo puedo caminar, ver, escuchar y hasta comer, yo tengo todas mis funciones y sentidos, en otras palabras, yo no soy ella y dadas las circunstancias sus deseos me son incognoscibles.

Me hubiese gustado ver esa mirada como la de aquellos otros que en su agonía, desesperación o cansancio, se despedían a través de sus ojos manifestando, de manera clara, sus deseos. Pero con ella no fue así, la duda se incrusta en mi mente cual sanguijuela hambrienta, me desgarra, me carcome. Me convenzo de que ella lo hubiese querido así, pero lo dudo, ese sentimiento no me suelta. Yo hubiese rogado por el desenlace, pero ella ¿también?

Tembló todo el camino hacia el lugar. ¿Lo sabia? ¿Lo presentía? ¿Estaba conforme? No lo sé. Justo antes de que se la llevaran, mientras esperábamos en la sala y nos despedíamos de ella torpemente aulló. Fue un sonido débil, sordo, como para nadie y todos. No era miedo lo que percibía en su ladrido, otra cosa, una súplica, un consejo, un adiós apresurado, otra vez, no lo sé.

Intento levantarse de la plancha, echarse a correr, pero sus piernas, cansadas y entumecidas por la artritis no le respondieron, 19 años son muchos, demasiados cuando a los 15 ya eres un anciano.

Puedo imaginarme sus últimos momentos. Hay sombras regadas por doquier de un lugar desconocido. Olores diluidos de objetos y personas que me son extrañas, ya no identifico. El zumbido sordo del silencio y de pronto un pinchazo y... ¿la oscuridad?¿el descanso?¿la luz? ¿la tranquilidad? Tampoco lo sé, eso no puedo imaginarlo.

Me hubiese gustado que mis últimas palabras no hubiesen sido “Candy, Candy, No te vallas” en ese tono de súplica errática de quien lo da todo por perdido, mientras se le nubla la conciencia por la tristeza que le embarga todo el cuerpo y se le derrama por los ojos. Me hubiese gustado dejar de llorar para decir al Dr. -Yo entro- y tomarla de una pata mientras todo terminaba, pero no pude. Fiel a mis miedos y traumas seguí llorando sin reaccionar del todo, sin atreverme a nada. Seguí llorando como si eso resolviera algo o me ayudara. De nuevo NADA.

Me siento culpable y además impotente, azorada de haber permitido que el 15 % de racionalidad que me conforma como ser humano, haya ganado la batalla al 85% de emoción restante. Estoy en falta y me siento profunda y absolutamente culpable y confundida, tanto que ayer me he abierto la ceja por 'accidente' y hoy se me ha olvidado ponerme el protector solar y todas mis medicinas. Freud tendría cosas importantes que añadir. De mi parte, no quiero decir nada más, salvo una oración profunda y sincera por la mascota que me acompañó durante 19 años de mi vida y que hoy a las 10 35 am. Dejó de existir. Requiescat In Pace Candy.

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