Dejar de escribir para un público alrededor de 2 años, para
de pronto encender el monitor y dejar correr las teclas no es tarea fácil. Se necesita
cierta terquedad, y mucho hábito autodestructivo, para exponerse de nuevo, a
pesar de las señales de emergencia. Hace 2 años me di un stand by obligatorio,
casi forzado, por mis asesores profesionales que me pidieron rechazar la forma
de expresión pública del blog. En su lugar, me pidieron fomentar una expresión
individual y privada alejada de la experiencia colectiva que resultan las redes
sociales. En otras palabras regresé, por recomendación médica y una triste
urgencia de soledad, a mi vieja costumbre de escribir a hurtadillas, a mitad de
la noche, y en un viejo cuaderno, sin nada más que el sonido de la pluma
rasgando el papel como testigo ciego.
Hace 2 años mi vida estaba en stand by y hoy está en una
especie tranquilidad solemne y metódica aguardando la revolución o la
monotonía.
Admito que la interpretación hermenéutica de mi vida se
vuelve más compleja conforme ésta me avanza. No es que me sobrelleve la experiencia,
sino que la información y las herramientas se vuelven poco a poco
insuficientes, inexactas y nos encierran en un círculo vicioso de
interpretaciones, que al menos en mi intuición siempre son híper-La verdad se
define textuadas.
El cinismo como privilegio se ha vuelto mi tarjeta de
presentación y no estoy segura de dejarlo tomar tan importante papel, sobre
todo cuando la duda y la amargura son sus fieles servidores. No me mal
entiendan sigo sin buscar certezas absolutas, pero a veces quisiera tener al
menos una posible interpretación de la verdad que denote yo como cercana. Lo
anterior, desde luego no se puede dejar al oleaje de la soledad y al individuo,
si no a su experiencia en el afuera de su contexto. A la intuición de ese
instante que no llega y a la par rebasa, a la noción de tiempo, espera y muerte
que lo acompaña en su rumor cotidiano. De ahí devienen estas palabras.
No sé si logre regresar a este tecleo y abandonar a mi
actual testigo. Lo único que puedo decir, por ahora, es que hay mucho ruido en
mi cabeza… algo así como en la Tumba de José Agustín. Y de lo único que estoy
segura, es de mi necesidad de dejarlo gritar afuera, antes de que un disparo o
20 discos de Fionna Apple se vuelvan más allá de necesarios, indispensables.
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